viernes, 27 de mayo de 2011

La Eucaristía

La Eucaristía,
manantial del compromiso misionero en la Iglesia

Intervención de Juan Pablo II
en la audiencia general del
Miércoles, 21 de Junio del Año Jubilar 2000. -
1. «Jesús, único Salvador del mundo, pan para la nueva vida»: este es el tema del cuadragésimo Congreso Eucarístico Internacional que, iniciado el domingo pasado, terminará el próximo domingo con la «Statio Orbis» en la plaza de San Pedro.

El Congreso presenta la Eucaristía como el centro del gran Jubileo de la Encarnación y manifiesta toda su profundidad espiritual, eclesial y misionera. De la Eucaristía, en efecto, la Iglesia y todo creyente sacan la fuerza indispensable para anunciar y testimoniar a todos el Evangelio de la salvación. La celebración de la Eucaristía, sacramento de la Pascual del Señor, es en sí misma un acontecimiento misionero, que introduce en el mundo el germen fecundo de la nueva vida.

Esta característica misionera de la Eucaristía es recordada explícitamente por san Pablo en la Carta a los Corintios: «Cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga» (1
Corintios 11, 26).

2. La Iglesia retoma las palabras de san Pablo en la doxología, después de la consagración. La Eucaristía es sacramento «misionero» no sólo porque de ella mana la gracia de la misión, sino también porque contiene en sí misma el principio y la fuente perenne de la salvación para todos los hombres. La celebración del sacrificio eucarístico es, por tanto, el acto misionero más eficaz que la comunidad eclesial puede hacer en la historia del mundo.

Toda misa se concluye con el mandato misionero «podéis ir en paz», que invita a los fieles a llevar el anuncio del Señor resucitado a las familias, a los ambientes de trabajo y a la sociedad, al mundo entero. Precisamente por esto, en la carta «Dies Domini» he invitado a los fieles a imitar el ejemplo de los discípulos de Emaús, que, tras haber reconocido «en la fracción del pan» a Cristo resucitado (cf. Lucas 24, 30-32), sintieron la necesidad de ir inmediatamente a compartir con todos los hermanos la alegría del encuentro con Él (cf. n. 45). El «pan partido» abre la vida del cristiano y de toda la comunidad a compartir el don de sí para la vida del mundo (cf. Juan 6, 51). La Eucaristía realiza este nexo inseparable entre comunión y misión, que hace de la Iglesia el sacramento de la unidad de todo el género humano (cf. «Lumen gentium», 1).

3. Hoy es particularmente necesario que, en la celebración de la Eucaristía, cada comunidad cristiana tome la convicción interior y la fuerza espiritual para salir de sí misma y abrirse a las demás comunidades más pobres y necesitadas de apoyo en el campo de la evangelización y de la cooperación misionera, favoreciendo ese fecundo intercambio de dones recíprocos que enriquece a toda la Iglesia.

Es muy importante también discernir a la luz de Eucaristía las vocaciones y ministerios misioneros. Siguiendo el ejemplo de la primitiva comunidad de Antioquía, reunida «en la celebración del culto del Señor», cada comunidad
cristiana está llamada a escuchar el Espíritu y a acoger las invitaciones, reservando para la misión universal las mejores fuerzas de sus hijos, enviados con alegría al mundo y acompañados por la oración y por el apoyo espiritual y material que necesitan (cf. Hechos de los Apóstoles, 13, 1-3).

La Eucaristía es, además, una escuela permanente de caridad, de justicia y de paz, para renovar en Cristo al mundo circunstante. Los creyentes sacan de la presencia del Resucitado la valentía para ser agentes de solidaridad y de renovación, comprometidos en el cambio de las estructuras de pecado en el que los individuos, las comunidades, y a veces pueblos enteros, están enredados (cf. «Dies Domini», 73).

4. En esta reflexión sobre el significado y sobre el contenido misionero de la Iglesia no puede faltar, por último, la alusión a esos singulares «misioneros» y testigos de la fe y del amor de Cristo que son los mártires. Las reliquias de los mártires, que se ponen desde la antigüedad debajo del altar, donde se celebra el memorial de la «víctima inmolada por nuestra reconciliación», constituyen un claro signo del vigor que emana del sacrificio de Cristo. Esta energía espiritual lleva a cuantos se nutren del cuerpo del Señor a ofrecer la propia vida por Él y por los hermanos,
mediante el don total de sí, hasta el derramamiento de la sangre, si es necesario.

Que el Congreso Eucarístico Internacional reavive en los creyentes, por intercesión de María, Madre de Cristo inmolado por nosotros, la conciencia del compromiso misionero que surge de la participación en la Eucaristía. El «cuerpo entregado» y la «sangre derramada» (cf. Lucas 22,19-20) constituyen el criterio más elevado al que tienen y tendrán que referirse siempre al entregarse por la salvación del mu

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